"Ella me amaba y yo no veía las horas de que se decidiera a casarse conmigo. Había conseguido un trabajo de profesor de castellano en una escuelita infame, soportaba los abusos de la infame directora, ya no había más giros de mi padre, concretaba mi sueño de ser escritor, tecleando en el techo de un edifício, en un cuartucho de noveno piso sin ascensor, en fin, todo parecía indicar que estaba a la altura de un matrimonio con Inés. Pero hubo que esperar. Claro, todos pensarán que yo con mis locuras fui el causante de tanta espera. Yo mismo lo creía. Y me imagino que en parte es cierto, además, aunque a mí nunca se me ocurrió que había que reflexionar tanto. Inés, en cambio, me contó un día, al regresar con su madre de un viaje por España, que se había otorgado un verano entero de reflexión, y que aquel muchacho brasileño que creí su compañero de estudios había estado a punto de ganar la partida. No me importó el descubrimiento. Me importó la verdadera causa de su reflexión: un joven economista brasileño, al que no amaba pero que era la seguridad y madurez por excelencia, y yo, Martín Romaña, un joven escritor inédito al que amaba con toda sua alma pero que no cesaba de cometer locuras. Nunca intenté explicarle a Inés que precisamente por ellas me amaba, que cambiar era perderla, y tuve que seguir siendo una verdadera calamidad hasta que se hartó y se fue. Es complicado el asunto, pero es hermoso eso de vivir siempre en su ley hasta que le cae a uno encima, enorme, la espada de Damocles".
Alfredo Bryce Echenique
sábado, 8 de novembro de 2008
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