“Yo mismo he fabricado mi rutina, pero por la vía más simple: la
acumulación. La seguridad de saberme capaz para algo mejor me puso en
las manos la postergación, que al fin de cuentas es una arma terrible y
suicida. De ahí que mi rutina no haya tenido nunca carácter ni
definición; siempre ha sido provisoria, siempre ha constituido un rumbo
precario, a seguir nada más que mientras duraba la postergación, nada
más que para aguantar el deber de la jornada durante ese período de preparación
que al parecer yo consideraba imprescindible, antes de lanzarme
definitivamente hacia el cobro de mi destino. Qué pavada, ¿no? Ahora
resulta que no tengo vicios importantes (fumo poco, sólo de aburrido
tomo uma cañita de cuando en cuando), pero creo que ya no podría dejar
de postergarme: éste es mi vicio, por otra parte incurable. Porque si
ahora mismo me decidiera a asegurarme, en una especie de tardio
juramento: ‘Vou a ser exactamente lo que quise ser’, resultaría que todo
sería inútil. Primero, porque me siento con escasas fuerzas como para
jugarlas a un cambio de vida, y luego, porque ¿qué validez tiene para mi
aquello que quise ser? Sería algo así como arrojarme conscientemente a
una prematura senilidad. Lo que deseo ahora es mucho más modesto que lo
que deseaba hace treinta años y, sobre todo, me importa mucho menos
obtenerlo. Jubilarme, por ejemplo. Es una aspiración, naturalmente, pero
es una aspiración en cuestabajo. Sé que va a llegar, sé que vendrá
sola, sé que no será preciso que yo proponga nada. Así es fácil, así
vale la pena entregarse y tomar decisiones.”
Mario Benedetti (1920-2009), escritor uruguaio. La tregua (1985). Madrid: Alianza editorial, 2013, p. 51-2
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