"Aquella noche la profesora Isabel Aguilar estaba pensando en
Amalfitano cuando éste la llamó por teléfono. Aunque aún era temprano,
ya se había puesto el pijama, y tenía preparado un whisky con el que
pensaba acompañar la lectura de una novela que hacía mucho deseaba leer.
Vivía sola y en los últimos años incluso había encontrado una cierta
felicidad en ello. No echaba en falta la vida en pareja. Los hombres de
su vida habían sido pocos y casi todos un desastre. Isabel Aguilar
había estado enamorada de un estudiante de Filosofía que terminó
dedicándose a las ciencias ocultas, de un militante trotskista que
también terminó dedicándose a las ciencias ocultas (y al body-building),
de un camionero de Hermosillo que se burlaba de su afición a leer y que
lo único que quería era dejarla embarazada (para después largarse,
intuía ella), y de un mecánico de Santa Teresa cuyo horizonte
intelectual eran los partidos de fútbol y las maratones alcohólicas los
fines de semana, maratones a las que ella acabó por aficionarse. En
realidad, el único amor de su vida era Óscar Amalfitano, que había sido
su profesor de filosofía en la UNAM y con el cual nunca llegó a nada."
Roberto Bolaño (1953-2003). Los sinsabores del verdadero policía. Barcelona: Anagrama, 2011, p. 276
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